Un día rebuscando entre mis viejas pertenencias encontré un viejo reloj que siempre ha pertenecido a mi familia. Recuerdo que mi abuelo Pedro lo llevaba siempre, pero al heredarlo mi padre, el reloj se guardó y estuvo recogiendo polvo en algún cajón. Su visión me trajo buenos recuerdos pero no pude evitar ponerme melancólica. Mi abuelo fue un gran apoyo para mí siempre, me enseñó mucho, a pesar de ser yo una niña traviesa e impaciente la mayoría del tiempo. Murió cuando yo tenía unos ocho o nueve años, y al descubrir el reloj los recuerdos hace tiempo olvidados afloraron e hicieron que me sumergiera en ellos.
En un descuido el reloj cayó al suelo. Alarmada fui a cogerlo, con el temor de que se hubiera roto. Al agacharme a recogerlo vi algo asomar entre sus ranuras.
Lo recogí intrigada. Al observarlo con mayor detenimiento de cerca, lo que asomaba parecía un trocito de hoja. Tras manipularlo con curiosidad conseguí sacar lo que parecía ser una nota antigua doblada, y citaba así:
Er ricacho, 1865.
